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HOMO RESILIENS: Más allá del Antropoceno

Resiliencia es una palabra que está cobrando cada vez más trascendencia en el mundo en que vivimos considerando los retos ambientales y limitaciones de recursos cada vez más acuciantes. Sin embargo, esta palabra no tiene una acepción única, se podría decir que es una palabra poliédrica, con múltiples facetas distintas pero que están todas muy relacionadas con el concepto de adaptación bajo circunstancias extremas, ya sean estas fisiológicas, físicas, ambientales, etc. En este artículo pretendemos hacer patente la importancia de este concepto e introducir el término en un contexto más amplio

A nivel fisiológico, un caso humano bastante ilustrativo de resiliencia es el del archiconocido físico teórico Stephen Hawking. En su caso le fue diagnosticado el ELA cuando tenía 21 años dándole solo 14 meses de vida más. Vivió, no obstante y a pesar de quedar completamente paralizado, hasta los 76 años de edad, convirtiéndose en la persona más longeva con ELA. Quizás la extraordinaria inteligencia de Hawking le proporcionó la resiliencia mental necesaria para convivir con una enfermedad tan terrible y tener una vida plena tanto intelectual como sentimentalmente.

Para introducir el concepto de resiliencia ambiental es ilustrativo citar al genio catalán de la arquitectura, Antoni Gaudi, quien decía que “el arquitecto del futuro se basará en la imitación de la naturaleza porque es la forma más racional, duradera y económica de todos los métodos”. Bien es conocido el estilo orgánico de sus diseños, como el del Parque Güell o la Sagrada Familia, que mimetizan de forma creativa a la naturaleza. Lo que quizás es menos conocido de Gaudi es la sostenibilidad que precursaba con el uso de la piedra obtenida de un entorno próximo o incluso el uso de materiales de desecho para las construcciones.

El artista austriaco Friedrich Hundertwasser es otro ejemplo similar, sus diseños arquitectónicos biomórficos tratan de incorporar características naturales con tejados recubiertos de tierra y vegetación y árboles integrados en los propios edificios.

Foto de la Hundertwasser house

Tras 3700 millones de años de evolución y adaptación de la vida en la Tierra se ha alcanzado un equilibrio, a veces sutil, pero elástico entre especies. Esta elasticidad resulta de la capacidad del ecosistema de recuperar el equilibrio cuando se introduce una perturbación. Así, un individuo o un grupo de individuos puede causar un desequilibrio temporal pero si la perturbación que causó este desequilibrio no aumenta el sistema es capaz de recuperarse con el tiempo. Si, por ejemplo, una población de conejos crece exponencialmente en una región, este crecimiento puede verse mitigado por una especie depredadora como es la del zorro o el lince de manera que el número de conejos y el de zorros oscila en torno a un valor medio manteniendo el equilibrio (véase figura). 

Foto de predator-prey
Publisher: Biologycorner.com

A su vez lobos y osos son depredadores naturales de zorros de manera que existe una cadena trófica que permanece estable mientras no se introduzca un elemento disruptor. Los seres humanos son una amenaza para todos ellos de manera directa por la caza y de manera indirecta por el impacto que tienen sobre el hábitat natural.

Foto de zorro
I,Malene, CC BY-SA 3.0 <http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/>, via Wikimedia Commons

Por otra parte, el ser humano es una especie que no tiene muchas ventajas fisiológicas para la supervivencia. No somos especialmente rápidos, ni fuertes, ni ágiles. El margen de temperaturas que podemos soportar o en el que podemos desarrollar nuestra vida es bastante estrecho. Tampoco destacamos en la naturaleza por ser animales especialmente perceptivos ni en cuanto a olfato, vista u oído. En general, solo destacamos por una característica sobre la mayoría de las especies del reino animal: la inteligencia. Sin embargo, no estamos en la cúspide y es difícil imaginar que esto sea lo único que nos permitió sobrevivir en condiciones de vida salvaje. A los 9 meses de gestación se nos arroja al mundo de manera que aparecemos totalmente indefensos. Sin ayuda de nuestros semejantes no tendríamos ninguna posibilidad de sobrevivir y es que en la especie humana “la práctica de la ayuda mutua y su desarrollo subsiguiente crearon las condiciones mismas de la vida social, sin las cuales el hombre nunca hubiera podido desarrollar sus oficios y artes, su ciencia, su inteligencia, su espíritu creador” (Kropotkin, El Apoyo Mutuo, 1902)

Para algunos sociobiólogos [1] es la solidaridad de grupo la que explica el enorme éxito adaptativo de la especie humana hasta ahora. Esta no es una característica única de la especie humana, abunda en muchos seres vivos y especialmente en los mamíferos gregarios, pero en la especie humana se alcanzan niveles de cooperación muy altos.

La invención de la agricultura es un ejemplo de adaptación humana con el objetivo de garantizar una fuente estable de alimento sin tener que correr grandes riesgos. Ese tipo de adaptación no es única de especies desarrolladas, algunas especies de hormigas llevan 60 millones de años cultivando hongos como alimento. Recientemente [2] se ha descubierto una nueva etapa en la adaptación que consiste en proveerse de una secreción antiobiótica de bacterias para protegerse de los parásitos que atraen los hongos y que podrían diezmar las colonias de hormigas de otro modo. En ese sentido las hormigas pueden considerarse seres extraordinariamente resilientes.

La agroecología podría considerarse, también, una nueva etapa en la adaptación humana a través de la agricultura teniendo en cuenta las condiciones de población y los límites en explotación de recursos del medio. Por otro lado, cuando pensamos en la adaptación para lograr la supervivencia se consideran escalas de tiempo relativamente cortas pero podríamos preguntarnos si es posible vivir siempre y cómo podríamos adaptarnos para ello.

El Sol es una estrella enana de secuencia principal de tipo espectral G. Una estrella de esas características con la edad del Sol (unos 4600 millones de años) se encuentra fusionando hidrógeno en helio en el núcleo de manera estable sin que haya cambios drásticos en su estructura durante mucho tiempo. Conforme la estrella evoluciona su núcleo así como su superficie se irán haciendo más calientes, su radio irá aumentando y su luminosidad también. Debido a esos cambios en el Sol, la Tierra será completamente inhabitable en unos 1000 millones de años ya que la temperatura de nuestro planeta será tan alta que no podrá haber agua en estado líquido [3]. Podemos, entonces, suponer que nos quedan unos cientos de millones de años a lo sumo de vida en este planeta.

De los otros planetas del sistema solar, Marte es el más parecido a la Tierra (salvando las grandes diferencias) pero es un planeta muy inhóspito para la vida ya que no se puede sobrevivir en la superficie. Para vivir en Marte tendríamos que hacerlo bajo grandes cúpulas que nos protegieran de la radiación y las inclemencias del espacio o terraformar el planeta con consecuencias bastante desastrosas, como ya imaginara el famoso autor de la trilogía Marte, Kim Stanley Robinson.

No son pocos los que piensan que, para sobrevivir, el ser humano debe viajar a las estrellas. Esto tiene su lógica ya que tarde o temprano puede ocurrir algún evento disruptivo, ya sea el impacto de un meteorito, una superfulguración solar, el estallido de un supervolcán, etc. Quizás el tipo de evento disruptor con consecuencias catastróficas más probable es el impacto de una superfulguración solar en la Tierra [4]. Si bien el impacto de una superfulguración puede tener consecuencias mucho más leves que las un meteorito de un diámetro superior a 1 km, la frecuencia con la que ocurren estas eyecciones no es tan pequeña como los impactos de asteroides. De hecho, se sabe que, por lo menos, desde que la humanidad se ha desarrollado industrialmente ha ocurrido un evento de este tipo que de repetirse hoy en día podría tener consecuencias catastróficas para las comunicaciones, la seguridad y la economía mundial.

Por otro lado, a la vista de los devastadores efectos del cambio climático cada vez se oye con más frecuencia que la especie sobrevivirá solo si somos capaces de abandonar nuestro planeta. Pero esto, además de que hoy por hoy dista mucho de ser posible, no se parece a la resiliencia que caracteriza a una especie inteligente y se acerca más a la ambición desmedida y autodestructiva que podría ser característica de una especie menos desarrollada.

Podemos imaginar que si alguna especie inteligente en la galaxia (o fuera de ella) ha recurrido a una migración masiva no habrá sido por la irrefrenable y desquiciada explotación de los recursos naturales, por ser incapaces de proteger la biosfera del planeta y convertirlo en un lugar inhabitable. Debe ser justamente la resiliencia lo que motive la migración para proteger la civilización y sobrevivir a unas condiciones naturales adversas e inevitables como las que se derivan de la propia evolución estelar o de los desastres fortuitos. No es difícil imaginar que en el universo pueda existir una especie inteligente en el sentido de ser más resiliente y capaz de lograr el progreso sin poner en riesgo su propia existencia a causa del desequilibrio causado por la explotación de recursos y la desconexión con la naturaleza de la que forma parte.

Está por ver si el ser humano es una especie de ese tipo y puede ser clasificado como homo resiliens, es decir, un homínido capaz de utilizar la inteligencia como una ventaja evolutiva real hacia la adaptación y supervivencia en equilibrio con el ecosistema. Las generaciones venideras muy probablemente contarán con información y experiencia suficiente para responder a esa pregunta.

[1] Wilson, E. O. (2012) La conquista social de la Tierra. Barcelona. De Bolsillo

[2] https://www.pnas.org/doi/10.1073/pnas.1809332115

[3] https://www.science.org/content/article/earth-wont-die-soon-thought

[4] https://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/supererupciones-solares-nueva-amenaza-para-tierra-proximos-100-anos_14371

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